Hay cosas que desaparecieron de mi barrio. Cosas que mucha de la gente que vive hoy aquí nunca supo que existían. Desde hace unos días me vengo acordando de un personaje en particular que le daba un perfil bien bizarro a las calles de Nueva Córdoba…
Muchos no se deben ni acordar, pero en los primeros años que viví en Córdoba -estamos hablando de unos buenos años atrás ya, cuando en lugar de boutiques de ropa habían despensas con promos al estilo de “1 prepizza + 150grs. de queso = $2.50”; en vez de departamentos a estrenar con terminaciones de alta calidad, había pensiones cada 30 metros; cuando en lugar de bares con 4 pantallas planas 29’, estaba “bar Don Mario” con la insuperable oferta de 3 warstainers heladas a $5- paseaba por el barrio un sujeto bastante llamativo. Era un viejo más bien descuidado, que pedaleaba despacito en una bicicleta arcaica. Tenía adherido en la parte trasera, un carrito hecho con caños, con mil objetos decorándolo, que iban cambiando mes a mes. Particularmente me acuerdo cuando tenía todo el rodado lleno de unos muñecos, creo que de porcelana, de esos bien negros mulatos con los labios bien rojos. Aparte llevaba distintos mensajes incoherentes colgado como pasacalles a lo largo de los costados del carruaje, y un tocador de disco pasando en un vinilo música de los años 30’ a todo lo que le daba el cuero…
¿Qué habrá sido de este personaje? Jamás por esos años se me ocurrió acercarme y preguntarle qué es lo que hacía y por qué, si alguien le pagaba a modo de publicidad, de dónde sacaba esos objetos tan extraños que paseaba en su carrito tirado por bici…
Cuestión que un buen día desapareció y ahí me quedé yo, para siempre con la duda, por no tener la caradureza necesaria para acercarme a saludarlo.
Muchos no se deben ni acordar, pero en los primeros años que viví en Córdoba -estamos hablando de unos buenos años atrás ya, cuando en lugar de boutiques de ropa habían despensas con promos al estilo de “1 prepizza + 150grs. de queso = $2.50”; en vez de departamentos a estrenar con terminaciones de alta calidad, había pensiones cada 30 metros; cuando en lugar de bares con 4 pantallas planas 29’, estaba “bar Don Mario” con la insuperable oferta de 3 warstainers heladas a $5- paseaba por el barrio un sujeto bastante llamativo. Era un viejo más bien descuidado, que pedaleaba despacito en una bicicleta arcaica. Tenía adherido en la parte trasera, un carrito hecho con caños, con mil objetos decorándolo, que iban cambiando mes a mes. Particularmente me acuerdo cuando tenía todo el rodado lleno de unos muñecos, creo que de porcelana, de esos bien negros mulatos con los labios bien rojos. Aparte llevaba distintos mensajes incoherentes colgado como pasacalles a lo largo de los costados del carruaje, y un tocador de disco pasando en un vinilo música de los años 30’ a todo lo que le daba el cuero…
¿Qué habrá sido de este personaje? Jamás por esos años se me ocurrió acercarme y preguntarle qué es lo que hacía y por qué, si alguien le pagaba a modo de publicidad, de dónde sacaba esos objetos tan extraños que paseaba en su carrito tirado por bici…
Cuestión que un buen día desapareció y ahí me quedé yo, para siempre con la duda, por no tener la caradureza necesaria para acercarme a saludarlo.
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